Cuando realizamos una actividad que nos motiva y nos gusta, ejercemos doble presión sobre nosotros mismos. Si la actividad sale bien, seguramente pensaremos en qué podríamos haber hecho para mejorar el resultado. Si la actividad sale mal, seremos los primeros en juzgarnos negativamente por este “fracaso”.
La autocrítica es imprescindible para ver en qué hemos fallado y dónde podemos mejorar. Es decir, ser conscientes y responsables del problema para buscarle una solución para que, si vuelve a ocurrir, tengamos las herramientas a mano para saber gestionarlo. Esto es la autocrítica. La constructiva, la que deberíamos practicar siempre. Bien utilizada, es un reflejo de humildad, madurez y respeto hacia uno mismo. Sin embargo, castigarnos y echarnos la culpa por todo es destructivo. La sobre-exigencia, la culpa, el miedo y la desvalorización se traduce en una baja autoestima, inseguridad y toxicidad emocional y mental.
Mensajes como “tienes que darte prisa”, “tienes que ser fuerte” y “tienes que esforzarte más” es una muestra de la presión en la que nos vemos sometidos para no defraudarnos ni a nosotros mismos ni a los demás. Nos genera estrés, ansiedad, nos bloquea y no nos permite disfrutar ni celebrar los éxitos porque siempre habrá algo que mejorar.
Según el psiquiatra Eric Berne todos nosotros tenemos un “Padre Interior”. El “Padre Interior” es una parte de nuestra personalidad que consiste en un conjunto de sentimientos, actitudes y pautas de conducta que se parecen a los de la figura parental. Por ejemplo, nos invita a comer sano o a terminar nuestras tareas domésticas. Es decir, tenemos una parte de nosotros mismos que por un lado, nos ofrece orientación, protección y guía; y por otro, nos da afecto, valoración y consuelo. Este “Padre Interior” ha ido tomando forma a partir de los modelos y vivencias que vamos experimentando en la vida. Cuando estos modelos recibidos no estaban sintonizados con nosotros, o cuando las circunstancias eran adversas, formamos a nuestro crítico interno.
¿Cómo podemos controlar la autocrítica destructiva?
Presión innecesaria. Debemos ser conscientes que casi siempre la presión que sentimos viene únicamente de nosotros. Y es que actuamos pensando en qué opinaran los demás y, probablemente, los que nos rodean no tengan exageradas expectativas sobre nosotros.
Perdón. Debemos aprender a perdonarnos los errores y a utilizarlos positivamente para aprender.
Aceptación. Los seres humanos somos sociales y nuestras acciones inciden y tienen repercusión en los demás. Debemos aprender a aceptar que no a todas las personas les vamos a gustar y que eso no supone ningún problema, porque es lo normal.
Malos días. No siempre estamos del mismo humor, de hecho, experimentamos diariamente altibajos emocionales en nuestro día a día, por lo que no debemos juzgarnos tan duramente si nos encontramos en un mal momento. Cuando esto ocurra y tengamos que afrontar la autocrítica, es necesario que pensemos cómo estamos y cómo no encontramos en ese momento.
Pensar en los éxitos. Como en todo, tendemos a ver el vaso medio vacío. En otras palabras, nos fijamos más en el desastre que en el orden. Cuando nos hagamos una autocrítica, debemos tener en cuenta también los éxitos y lo que hemos hecho bien. Retroceder en el tiempo y recordar algunos momentos de éxito es imprescindible para motivarnos y no ser autodestructivos.
La autocrítica es necesaria e imprescindible para aprender y mejorar. Sin embargo debemos ser conscientes que no somos perfectos, podemos cometer errores. Utilicemos esos errores para ser mejores, no para castigarnos 😉