A finales del siglo XX y comienzos del XXI empezamos a sumergirnos, sin darnos cuenta, en un proceso histórico que cambiaría la interacción de los países y la propia nuestra, que nos daría un mayor acceso a la educación, un mayor acceso a la información y un aumento impensable de turismo. Un proceso de integración mundial en cualquiera de los ámbitos que podamos imaginar. Un proceso que nos ha conectado desde España hasta la isla más remota de nuestro planeta. La globalización.
La globalización ha permitido crear una hegemonía cultural global que muchas veces amenaza las identidades locales. A pesar de que este fenómeno nos ha traído muchos cambios positivos, muchas veces no queremos perder aquello nuestro, aquello autóctono. Pero sin embargo, tampoco queremos renunciar a estar conectados con el resto del mundo. Por suerte, la gran mayoría de veces todo tiene una solución y en este caso la respuesta es lo glocal.
“Piensa globalmente y actúa localmente”
Ya predicha en los años 80 y que resuena con fuerza desde hace unos años, la tendencia glocal es una simbiosis entre lo local y lo global. ¿Su origen? Nace de una estrategia de marketing comercial en Japón que pretendía posicionar los productos japoneses en un mercado global sin renunciar a su identidad y ni a la actividad en los mercados autóctonos. Por ello, este concepto de “glocal” está inspirado en el término japonés «dochakuka«, que significa “el que vive en su propia tierra”.
Básicamente se trata de poner en valor la idiosincrasia de cada lugar en particular en un mundo completamente globalizado. Durante mucho tiempo, estar conectados con todo el mundo ha sido una novedad, pero ahora que parece que ya nos hemos acostumbrado, queremos volver a consolidar de nuevo todo lo de “nuestra casa”.
La principal ventaja de la tendencia glocal es la generación de empresas sostenibles y que generen una huella medioambiental menor, una economía más humanizada y más consciente de la necesidad de cuidar del planeta en el que vivimos.
En un post reciente recuperamos la idea del slow travel, de la tendencia de viajar para mimetizarse con el destino, para entender el modo de vida, la cultura y la gastronomía del lugar. Es decir, todo lo local.
La globalización y la tecnología hicieron posible lo que décadas atrás era impensable: llegar a cualquier rincón del mundo. Pero una vez allí, ¿qué? En sincronía con el movimiento slow travel, lo que se debe potenciar es la cultura del destino. Las grandes marcas, esas que están por todo el mundo, las encuentras en tu propio país, en tu ciudad. Por ello, cuando los viajeros se suben a un avión para perderse en su nuevo destino, lo que quieren es probar la moda, las fragancias y los diseños nacionales de los lugares que visitan. Y aunque parezca que esta tendencia está integrada, no es así. No basta con enseñar lo “tradicional”, sino que se debe potenciar una total inmersión con el destino.
Las circunstancias actuales han provocado un parón en el mundo del turismo y su reactivación es imprescindible para sobrevivir. Ahora más que nunca, debemos potenciar todas las singularidades y particularidades de lo autóctono, de lo local.