Recientemente, hablamos sobre la metodología AGILE, esta nueva dinámica de trabajo que parece adaptarse al mundo tan cambiante y “líquido” en el que vivimos. Y es que este mundo tiene nombre y se llama VUCA, cuyas siglas en inglés responden a Volatility, Uncertainty, Complexity y Ambiguity. Así es, en pleno siglo XXI nos encontramos ante un contexto volátil, de incertidumbre, complejo y ambiguo, que evoluciona a una intrépida velocidad.
¿Cómo hemos llegado hasta aquí?
En el año 2019 todavía arrastramos el amargo escenario que nos dejó la crisis económica del 2008. Si a esto le sumamos la constante evolución de la tecnología, la manera que conocemos de trabajar y actuar ha cambiado. Y aunque la tecnología lidere este cambio, son muchos los factores que influyen en este nuevo modelo de entender el mundo.
HA CAMBIADO LA FORMA DE RELACIONARNOS
La aparición de la web, la hiperconectividad, la inteligencia artificial y el uso de los teléfonos móviles ha cambiado 360º la forma de comunicarnos. Pero no tan solo ha cambiado la forma de relacionarnos entre los humanos, sino que han surgido nuevos canales: el famoso IoT (Internet of Things). Hablamos de la interconexión de cualquier objeto con otro de su alrededor, convirtiéndose más inteligente e independiente.
La tecnología ha facilitado el acceso a la información y esto ha dado poder al consumidor. Hoy en día, las empresas ya no responden a las necesidades de este sino más bien a sus peticiones. De hecho, muchas veces es él quien genera el contenido y pasa a ser el prosumidor. En este contexto y con la finalidad de contentarle al máximo, el mercado ofrece tantos servicios y productos, que está saturado. Y otra vez, la tecnología lo ha propiciado.
La reputación de las empresas está en riesgo. Este fácil acceso de información deja al consumidor en una posición ventajosa. En un entorno plenamente digital, un tweet dañino de un cliente hacia una marca tiene más poder que la justificación que esta pueda alegar. En pleno siglo XXI, la comunicación de la marca es independiente a su control. Internet se ha convertido en una herramienta para dar voz y voto a todo el mundo. Y en este contexto, los grupos de interés han ganado mucha fuerza.
Como decíamos al principio, la tecnología no es la única que ha acaudillado esta revolución. Hay una existente inestabilidad política y social que cuestiona todo lo que hasta ahora se creía sólido. Por un lado, el orden internacional parece estar quebrándose con Donald Trump como presidente y con la emergencia de China como candidata a ser la primera potencia mundial. Por otro lado, la hegemonía e integridad de la Unión Europea se pone en duda con el auge del “populismo euroescéptico” y el bréxit, que con Boris Johnson de primer ministro, el divorcio con la UE se oficializaría inminentemente.
Finalmente, y a todo lo mencionado anteriormente, añadimos que las diferentes problemáticas y preocupaciones sociales (desde las vulneraciones de derechos hasta el cambio climático) parecen incidir de pleno en este cuestionamiento de la forma en la que vivimos. De aquí nace la importancia de la responsabilidad social corporativa de una empresa. Esta contribución a la mejora social, una iniciativa que en sus orígenes era voluntaria, muchas marcas se ven obligadas a hacerla. Aun así, tienen que tener un compromiso real porque sino los consumidores lo identifican como lavado de imagen. Como por ejemplo, el Greenwashing, este pseudoecologismo que de manera engañosa promueve la percepción de las políticas de la organización como respetuosas con el medio ambiente. Lo mismo pasa con el Pinkwashing o Redwashing, entre otros.
Pero a todo este panorama, existe una manera de hacerle frente. ¿Cómo? Os lo contamos en el siguiente artículo.